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CUENTOS CHILENOS DE NUNCA ACABAR

POR

RAMON A. LAVAL




SANTIAGO DE CHILE
IMPRENTA CERVANTES
BANDERA, 50
——
1910

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CUENTOS CHILENOS

DE NUNCA ACABAR

POR

Ramón A. Laval

El recuerdo de las personas que conocimos i el de las acciones, casisiempre insignificantes, que ejecutamos en el rápido curso de nuestrainfancia, son, sin duda, los que mas persisten en nuestra memoria. Lazancadilla que dimos al compañero de colejio que no hemos vuelto a ver,las pequeñas diabluras que haciamos al maestro, los guantes[1] que élsolia aplicarnos con fervoroso celo, los juegos con que nos divertiamosen la única hora de recreo que teniamos i en el corto rato de libertadque nuestros padres nos daban en la noche, perduran como fotografiadosen las cámaras de nuestros cerebros. Todas éstas son cosas que nadieolvida. ¿Qué estraño, pues, que yo recuerde con verdadero placeraquellos hermosos años de mi niñez en que tan rápidas pasaban las horasque compartia entre el estudio i el juego? ¿I cómo olvidar a aquella{4}excelente viejecita, la mama Antuca, que nos cuidaba a todos los chicosde la casa como si fuéramos sus hijos? ¡Cuántos años han pasado desdeentonces! i sin embargo todavía me parece verla, con su carita arrugada,sentada al lado del enorme brasero, i nosotros, mis hermanos i yo,rodeándola, escuchando atentos sus cuentos maravillosos en que figurabancomo principales personajes, cuando ménos un príncipe encantado, unculebrón con siete cabezas i los leones que dormian con los ojosabiertos; o las aventuras, siempre interesantes, del Soldadillo, dePedro Urdemales o de Puntetito, aquel Puntetito a quien se tragó el bueial comerse una mata de lechuga entre cuyas hojas se habia ocultado elsimpático chiquitin.

Un rato despues de la comida, libre ella de sus menesteres i fatigadosnosotros de corretear en la plazuela vecina jugando con otros chicos al{5}pillarse, al tugar,[2] a los huevos,[3] o a las escondidas, noscongregábamos a su lado, i sentados los mas en el suelo con las piernascruzadas, i acariciados por el suave calor que irradiaba el brasero, nosestábamos pendientes de sus relatos, mirándola sin pestañear, a noperder una sola de sus palabras, hasta que el sueño nos rendia i ellamisma nos iba a acostar.

—Mama Antuca, le dije una noche en que nos referia casos de aparecidos,que nos ponian los pelos de punta i nos hacian mirar a un lado i a otro,asustados, creyendo ver deslizarse en la penumbra de la pieza noalumbrada sino por los débiles resplandores de la llama del brasero, unasombra que estendia su mano negra i velluda para cojernos, mama Antuca,le dije,

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